El sueño de Chi

Este artículo se publicó (impreso) en el periódico El Observador Prensa Libre en noviembre de 2015. Ahora, se puede leer en línea aquí y en este blog.

china-682083_1280Leo en el diario catalán La Vanguardia del 28 de octubre una noticia sorprendente ocurrida en China. Siempre me intereso por toda lo que arroje algo de luz sobre el nuevo imperio (o no tan nuevo). Y ya verán cómo esta historia tampoco a ustedes les dejará indiferentes.
Nuestro protagonista, Shi Erqun, es de Zhumadian, una “pequeña” ciudad de 7 millones de habitantes en la provincia de Henan al sur del país. A principio de los 90, Shi decide trasladarse a la capital de la misma provincia, Zhengzhou, porque ofrece más oportunidades. Se traslada con su hermano y otros tres amigos y encuentra trabajo en la construcción —que es la industria en alza en esos años. Pronto Shi, que es astuto y que sabe trabajar su red —muy necesaria en la sociedad china— es ascendido a jefe de equipo.
Sin embargo, Shi no es feliz. Se queja de que no ha dejado su ciudad natal para dejarse el lomo en la obra. Tiene 37 años y ha pasado más de veinte trabajando por una miseria. Ha visto cómo sus patrones se enriquecían a su costa. Él también quiere cumplir su sueño: comprarse un Chevrolet, casarse con una mujer joven y bonita, volver a su tierra convertido en un rico hombre de negocios y construirse una casa de dos plantas custodiada por dos leones, como si se tratara de un palacio de la dinastía Shang.
Entonces, en el poco tiempo que le queda libre, Shi comienza a urdir un plan para atracar la sucursal del Banco de Zhengzhou por el que pasan de regreso del trabajo todos los días. Sólo hay un guardia de seguridad y cinco empleados, y, antes de cerrar, apenas hay clientes. Se pide un sábado libre y viaja hasta Xuchang para comprar cinco armas y municiones en el mercado negro. A partir de entonces, cada domingo, Shi y sus amigos practican tiro a las afueras de la ciudad y ultiman el plan.
El 5 de diciembre de 1999 a las 7 y 20 de la tarde, los cinco hombres armados entran en el banco. El guardia intenta detenerlos pero ellos son más rápidos y le disparan. Con una puntería algo casual, hieren al guarda y a uno de los empleados. El cajero, que no para de temblar, les entrega todo lo que hay en el banco: 2 millones de yuanes (unos 320.000 dólares). En la China de entonces es una cantidad imposible de reunir aun si se sumara el trabajo de toda una vida de estos cinco hombres. Después del atraco, pasan por su ciudad natal donde se reparten el dinero. Shi se lleva la mayor parte del botín por ser el cerebro de la operación. Pero, temerosos de ser atrapados, se trasladan rápidamente a Yunnan, una provincia más alejada y aislada, donde han decidido permanecer ocultos durante unos años.
El robo ocupa las primeras planas de los diarios y los telenoticias de toda China. La policía admite que no conoce la identidad de los ladrones y que no sigue ninguna pista. A los pocos meses, todo se olvida y el caso se cierra. Shi decide entonces volver a casa. Invierte gradualmente el dinero robado en el sector de la construcción e inmobiliario, sector que conoce bien, para después ampliar sus inversiones a comercios y locales de entretenimiento. Poco a poco, amasa una gran fortuna y se convierte en un magnate muy respetado en Zhumadian, donde vive con sus cuatro mujeres y sus doce hijos. Construye una casa de dos plantas custodiada por dos grandes leones de piedra. Por fin Shi ha cumplido su sueño. Tiene 53 años.
Pero en abril de 2015, dieciséis años más tarde del atraco, un nuevo equipo criminológico de Zhengzhou reabre el caso y, valiéndose de tecnología más moderna que le permite cotejar la evidencia encontrada en el lugar del crimen con los residentes de la zona, va tras la pista de los sospechosos. Shi es uno de ellos. A finales de octubre, 80 policías armados detienen a los cinco amigos.
Según el diario ChinaDaily.com.cn, Shi confesó que no había conseguido dormir una noche tranquilo en todos estos años. Pero cuando llega esa primera noche en la celda, Shi se pregunta si su imperio fue un espejismo o si está viviendo una pesadilla de la que se despertará pronto en su palacio custodiado por leones.
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Robó, huyó y …

 Este artículo se publicó (impreso) en el periódico El Observador Prensa Libre en agosto de 2015. Ahora, se puede leer en línea aquí y en este blog.
take-the-money-and-run-movie-poster-1969-1010463661Que le roben a un banco hoy por hoy suele provocar en las personas un ligero sentimiento de satisfacción, de revancha. Todos vemos en el ladrón a un Robin Hood de los bosques. Sin pensar en los posibles daños, no ya económicos sino personales, la mayoría piensa: ¡Que se jodan! (los bancos, claro está).
Y sí, a esto hemos llegado después de siete años de crisis y de varios rescates a la banca. La gente está enojada. Además, la información de los medios de comunicación no ayuda: unos defienden los rescates como una necesidad imperiosa para salvar al país del descalabro económico y generar trabajo (en definitiva, volver a entrar en la rueda), y otros condenan lo que ven como una ayuda desproporcionada que no se traducirá en beneficios para los que realmente pagan las deudas, es decir, los ciudadanos. Los recientes sucesos de Grecia muestran el grado de saturación del ciudadano medio y su falta de confianza en los organismos financieros. Fuera cual fuera el resultado de las negociaciones del gobierno griego con la temible troika, quedó bastante claro que los griegos estaban hartos y que habían perdido la fe, que tenían hace unos quince años, en las instituciones.
Por todo esto, cuando leí en The New York Times que un hombre había robado una sucursal del Banco Santander en Queens (Nueva York), lo primero que me vino a la cabeza fue precisamente eso: ¡Que se joda el Santander! Admito que esta confesión no dice mucho de mí como ser racional, dejarse llevar «por la crispación» no es bueno, pero, si sirve de atenuante, es totalmente sincera. La noticia decía que un hombre, vestido con un buzo gris y pantalón haciendo juego, había entrado en la sucursal y había pasado un papelito al empleado de la ventanilla en el que decía: «Deme todo lo que tenga. Llevo un revólver». El sabio empleado entregó lo que se le pedía, como hubiéramos hecho todos nosotros, sin rechistar. El botín que entregó al malhechor contenía 1.212 dólares. Seguramente el empleado bancario pensó: «Pobre desgraciado». Y luego: «Y por unos míseros mil dólares, ahora me voy a tener que quedar hasta las tantas para prestar declaración a la policía». La vida del trabajador. Ingrata. Pero aquí llegamos a la parte más interesante de la noticia. El ladrón toma el dinero y no corre, no, sino que sale de la sucursal en una silla de ruedas. Sí, han leído bien, en una silla de ruedas. Las cámaras del banco y de los comercios de la zona recogen el momento en que el ladrón huye tranquilamente empujando su silla. Pensé en ese momento que era un golpe maestro, un disfraz impecable, nadie pensaría que un minusválido que se desplaza por el barrio de Queens acaba de atracar un banco de la familia Botín (sí, curioso apellido para unos banqueros) en Nueva York. Y si lo supiera es posible que, junto al sentimiento descrito al inicio de la crónica, sintiera también algo de admiración por lo que interpretaría como un plan perfecto (si no tenemos en cuenta la cantidad de dinero robada).
Pero, haciendo honor al título de esta sección, la realidad siempre supera a la ficción. El ladrón, que se llama Kelvin Denninson y tiene 23 años, está paralizado de cintura para abajo y vive en el mismo barrio (relativamente cerca de su «escenario del crimen»). No se sabe si Kelvin tenía realmente el arma con la que amenazó de forma epistolar al empleado en el momento del atraco ni qué pretendía con su hazaña. ¿Probar que podía hacerlo? ¿Estaba harto de que lo ningunearan? Lo curioso del caso es que según ha declarado el propio Kelvin su parálisis se debe a una bala perdida durante un tiroteo en su barrio. Trágico.
Lamentablemente, el reto le ha salido caro a Kelvin ya que está detenido por robo con intimidación bajo fianza de 15.000 dólares. Doce veces la cantidad de su botín. Y pensar que hay exbanqueros y exdirectores del FMI, y no diré nombres, que han robado millones y que pasan sus vacaciones en un yate navegando por la isla de Mallorca. Mundo cruel.

El atraco

 Este artículo se publicó (impreso) en el periódico El Observador Prensa Libre y, un mes más tarde, se puede leer en línea aquí y en este blog.

El atraco 

pistol-29549_1280En esta nueva sección del periódico que se estrena con este año 2015, les quiero contar historias reales perdidas entre las páginas de una revista o de un diario y que son, como dicen en inglés, «más extrañas que la ficción». Historias que de ser encontradas en una novela o un cuento seguramente se catalogarían de «poco creíbles». 
Quizás porque desde chica intenté maquillar detalles de mi historia familiar porque nadie creería la verdad –mi realidad superaba o, al menos, se igualaba con el realismo mágico de una novela de García Márquez‑, estas noticias siempre me han atraído. De hecho, me sorprende cuando alguien dice de una ficción: «¡Eso no es posible!» Realmente lo único que suele pasar es que el desarrollo de los hechos no es lógico o que se nos presenta una solución de última hora sacada de la chistera de un mago pero rara vez que el hecho en sí no pueda ocurrir. 

La primera historia que les quiero relatar es, entonces, una aparecida en el diario catalán La Vanguardia el 29 de diciembre de 2014. Una mujer española de 47 años acude el 22 de diciembre a las 13:45 a una sucursal bancaria en el barrio de Santa Coloma de Gramanet –un barrio popular de Barcelona. El banco está a punto de cerrar ‑aquí cierran a las 14:00‑ y todavía quedan algunos clientes que han apurado hasta el último minuto para ir al banco. La mujer relativamente alta, morena y delgada, va vestida con unos vaqueros, una camisa blanca y unos zapatos de taco. Se dirige con determinación a uno de los trabajadores de la ventanilla que habla por teléfono, le apunta con un revólver, le pide que, por favor, cuelgue el aparato porque está atracando la entidad y no es momento para la cháchara (la verdad es que no). A continuación, le exige la recaudación del día. Todos en la sucursal dejan lo que están haciendo y miran a la mujer como congelados en una pantalla. No se creen que lo que está pasando es verdad y que la mujer, a la que todos describirían más tarde como una clienta “normal y corriente”, es una ladrona y no una profesora o funcionaria del estado. Hasta aquí los hechos podrían catalogarse de lógicos en el marco de un atraco a mano armada de una sucursal bancaria y es justamente a partir de este punto cuando la realidad se torna más extraña que la ficción. 

En la cola de los clientes rezagados se encuentra un mosso d’esquadra (un miembro de la policía autonómica catalana) que acaba de entrar en el último minuto para hacer un ingreso. Está fuera de servicio y, por tanto, va vestido de paisano. El mosso observa a la mujer y algo en su gesto le llama la atención: sostiene el arma como si fuera demasiado ligera. Mientras el cajero prepara el dinero y la mujer, sin dejar de observarlo, lo apunta con la pistola, el policía se desplaza con sigilo pero rápidamente hasta colocarse por detrás de la mujer y, con un movimiento certero, la desarma. En ese momento confirma su sospecha: la pistola es de juguete. La mujer lo mira sorprendida pero también de una forma altiva, como si le dijera: «Pero tú, ¿quién eres?» y «Sí, es de juguete ¿y qué?»
Mientras un par de clientes voluntarios ‑ahora que saben que la mujer es inofensiva‑ la sujetan, el mosso abre la cartera y descubre una segunda pistola de juguete. ¡Una segunda pistola de juguete! Se produce un revuelo de sorpresa entre todos los presentes y, entonces, el policía la mira de forma acusadora: una pistola de juguete vaya y pase, pero ¡dos!, eso es alevosía y premeditación. Ella, esta vez, baja la mirada y se concentra demasiado tiempo en sus zapatos de taco alto. «No hacía falta mancillar así mi dignidad», piensa. El cajero ya ha llamado al 112 y la mujer es detenida por ser la presunta autora de un delito de robo con intimidación. 
Es cierto que el plan de nuestra ladrona de Disney era descabellado pero su final me dejó un mal sabor de boca. ¡Cuánta mala suerte! Justamente en el último minuto entra en la sucursal un policía vestido de paisano y con la suficiente prestancia y agilidad como para resolver el conflicto sin estar de servicio ni armado. Mi primera reacción fue pensar que la mujer padecía algún tipo de trastorno psicológico, y es posible que así sea, pero el hecho de que fuera un 22 de diciembre en un barrio trabajador del extrarradio barcelonés me hace pensar que quizás nuestro personaje hubiera querido recaudar fondos para las celebraciones que se avecinaban. Por un momento, y sin desestimar el miedo lógico del cajero y de los clientes, deseé que la mujer se hubiera llevado el botín y que hubiera celebrado una gran fiesta o se hubiera hecho un inmenso regalo el final del que fuera, quizás, el peor año de su vida. No lo sé, la realidad será aun más increíble, sin duda, pero lo que es del todo seguro es que la banca siempre gana.