Este artículo se publicó (impreso) en el periódico El Observador Prensa Libre en noviembre de 2015. Ahora, se puede leer en línea aquí y en este blog.

Este artículo se publicó (impreso) en el periódico El Observador Prensa Libre en noviembre de 2015. Ahora, se puede leer en línea aquí y en este blog.
Este artículo se publicó (impreso) en el periódico El Observador Prensa Libre en junio de 2015. Ahora, se puede leer en línea aquí y en este blog.
Hanan Mahmoud Abdul Karim vive en Amán, Jordania. Tiene treinta y seis años, y hace tan solo cuatro días, tuvo a su primer hijo en una clínica privada del centro de la ciudad. El niño al que quieren llamar Abdul, en honor a su bisabuelo, pesó al nacer nada menos que 4,8 kg. El día 24 de abril el ginecólogo de Hanan decidió practicarle una cesárea porque el niño no estaba bien colocado, venía de nalgas.
Este artículo se publicó (impreso) en el periódico El Observador Prensa Libre y, un mes más tarde, se puede leer en línea aquí y en este blog.
La primera historia que les quiero relatar es, entonces, una aparecida en el diario catalán La Vanguardia el 29 de diciembre de 2014. Una mujer española de 47 años acude el 22 de diciembre a las 13:45 a una sucursal bancaria en el barrio de Santa Coloma de Gramanet –un barrio popular de Barcelona–. El banco está a punto de cerrar ‑aquí cierran a las 14:00‑ y todavía quedan algunos clientes que han apurado hasta el último minuto para ir al banco. La mujer relativamente alta, morena y delgada, va vestida con unos vaqueros, una camisa blanca y unos zapatos de taco. Se dirige con determinación a uno de los trabajadores de la ventanilla que habla por teléfono, le apunta con un revólver, le pide que, por favor, cuelgue el aparato porque está atracando la entidad y no es momento para la cháchara (la verdad es que no). A continuación, le exige la recaudación del día. Todos en la sucursal dejan lo que están haciendo y miran a la mujer como congelados en una pantalla. No se creen que lo que está pasando es verdad y que la mujer, a la que todos describirían más tarde como una clienta “normal y corriente”, es una ladrona y no una profesora o funcionaria del estado. Hasta aquí los hechos podrían catalogarse de lógicos en el marco de un atraco a mano armada de una sucursal bancaria y es justamente a partir de este punto cuando la realidad se torna más extraña que la ficción.